Queridos hijos, abrid vuestros corazones como las flores se abren en la mañana de primavera. Dejad que Jesús habite en vuestros corazones. No os cerreis a la gracia de Dios. Sois amados, cada uno el Padre, en el Hijo por medio del Espíritu Santo. Dejad que vuestras vidas anuncien a Jesús más que vuestras palabras. Alejaros de las cosas del mundo. No pemitáis que la Luz de Dios se apague dentro de vosotros. Vivís en el tiempo de las grandes tribulaciones espirituales. Rezad. Sólo por la fuerza de la oración podéis soportar el peso de las pruebas que ya están en marcha. Sed hombres y mujeres de oración. Dios os necesita. Dad lo mejor de vosotros a la misión que el Señor os ha confiado. No quiero obligaros, pero escuchadme. Rezad también y sobre todo por la Iglesia. Vendrá para Ella tiempo de alegría y dolor. El humo del demonio se levantará en la casa de Dios, pero la Luz del Señor prevalecerá. Coraje. No retrocedáis. Yo estoy a vuestro lado aunque no Me veáis. Adelante con alegría. Este es el mensaje que hoy os transmito en nombre de la Santísima Trinidad. Gracias por haberme permitido reuniros aquí una vez más. Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Quedad en paz.